Las cruzadas (página 2)
El Papa Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en
práctica. En 1095, la invitación a la lucha
contra los turcos arribaría en embajadas francesas e
inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales
más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y
Hungría (Hungría no se unirá a las
primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del
recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría
(1046-1095), quien antes de morir habría aceptado
participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento
formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo
día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de
noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo
volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera
cruzada (1096-1099).
El paso de los cruzados por el Reino de
Hungría
La predicación de Urbano II puso en marcha en
primer lugar a multitud de gente humilde, dirigida por el
predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos
caballeros franceses. Este grupo formó la llamada Cruzada
popular, de los pobres o Cruzada de Pedro el Ermitaño. De
forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando
matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los
ejércitos del rey Colomán de Hungría
(sobrino del recientemente fallecido rey San Ladislao I de
Hungría) repelirían a los caballeros franceses de
Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro
causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la
ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el
ejército de Pedro de Amiens, el cual sería
escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin
embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacásen a
los soldados escoltas y matásen a cerca de 4000
húngaros, los ejércitos del rey Colomán
fijarían una posición hostil contra los cruzados
que atravesaban el reino vía Bizancio.
A pesar del caos surgido, Colomán permitió
la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y
Gottschalk, a quienes eventualmente también tuvo que
enfrentar y derrotar cerca de Nitra y Zimony, luego de que igual
que los otros grupos causasen incalculables estragos y
asesinatos.
En el caso particular del sacerdote alemán
Gottschalk, éste entró en suelo húngaro sin
autorización del rey y estableció un campamento en
las cercanias del asentamiento de Táplány, luego de
masacrar a la población local, lo que generó la ira
de Colomán, y causó la expulsión por medio
de la fuerza de los soldados germánicos
"invasores".
Luego de esto, los húngaros dentendrían
las fuerzas del Conde Emiko (quien ya había asesinado en
suelo alemán a cerca de 4000 judíos) cerca de la
ciudad de Moson. Colomán de inmediato prohibió la
estadia en Hungría de Emiko y se vio forzado entonces a
enfrentar el asedio del conde germánico a la ciudad de
Moson, donde se hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de
Colomán defendieron valientemente la ciudad y rompiendo el
sitio lograron dispersar las fuerzas cruzadas del conde
germánico.
Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo
de Bouillón a firmar un tratado en la Abadía de
Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar
por el territorio húngaro con un buen comportamiento. Tras
esto, las fuerzas continuarían fuera de territorios
húngaro escoltadas por los ejércitos de
Colomán y continuarían hacia Constantinopla. A su
llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al
otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en
territorio turco, donde fueron aniquilados fácilmente.
La Cruzada de los Príncipes
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los
Príncipes (denominada habitualmente en la
historiografía como la Primera Cruzada) cerca de agosto de
1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes
principalmente de Francia, Países Bajos y el reino
normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones
de la nobleza, como Godofredo de Bouillón, Raimundo de
Tolosa y Bohemundo de Tarento.
Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron
devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos por
éste frente a los turcos. Desde Bizancio se dirigieron
hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde
consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria,
pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un
asedio de siete meses. Sin embargo, no la devolvieron al Imperio
Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí formando
el Principado de Antioquía.
Desde Antioquía se dirigieron hacia Jerusalén,
conquistando algunas plazas por el camino y sorteando otras. En
junio de 1099 sitiaron la capital, que cayó en manos de
los cruzados el 15 de julio de 1099. En la conquista, los
cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a
judíos ni a musulmanes, mujeres o niños.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y
muchos cruzados retornaron a sus países de origen. El
resto se quedó para consolidar los territorios
recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén
(dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que
tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al
principado de Antioquía, se crearon además los
condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y
Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada
de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin
embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue
derrotada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este
percance apagó los espíritus cruzados durante
algunos años.
Segunda
Cruzada
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los
Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los
árabes), consiguieron establecerse y sobrevivir. Los dos
primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II
fueron gobernantes capaces que extendieron el reino a toda la
tierra entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso
más allá. Rápidamente se integraron en el
cambiante sistema de alianzas locales y así pudieron verse
enfrentamientos entre la alianza de un Estado cristiano con uno
musulmán contra la alianza de otro Estado cristiano con
otro Estado musulmán.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba
decayendo entre los francos, cada vez más cómodos
en su nuevo estilo de vida orientalizante, entre los musulmanes
iba creciendo el espíritu de jihad o Guerra Santa,
principalmente entre la población, movilizada por los
predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de
tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de
aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una
serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos
Estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos
cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo,
que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los
Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de
manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio
III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso
predicador, autor asimismo de la regla de los templarios)
predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la
cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia
(acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el
emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre
franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron
constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes
llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era
un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén.
Desde allí, para desesperación del rey Balduino
III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de
Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado
del rey de Jerusalén. La expedición fue un fracaso,
ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los
ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus patrias.
Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en
manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados
francos. Más tarde, el ataque por parte de Balduino II a
Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la
frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino
para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera
Cruzada.
Tercera
Cruzada
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el
decadente califato fatimí de Egipto llevaron al
sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a
hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo
para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque
hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la
soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se
proclamó sultán de Egipto (a pesar de que
había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de
sólo 12 años y quien a la postre resultó
envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía
ayyubí. Saladino era un hombre sabio y logró la
absoluta unión de las facciones musulmanas, así
como el control político y militar desde Egipto hasta
Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto
y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de
Jerusalén, regido por el Rey Leproso, Balduino IV de
Jerusalén, y rodeado ya por un sólo Estado, se vio
obligado a firmar frágiles treguas seguidas por
escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final.
Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén,
el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o
belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace
matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido
patriarca, el general en jefe del ejército unido de
Jerusalén: Guy de Lusignan. El mismo apoyaba una
política agresiva y de no negociación con los
sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate,
cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de
la inferioridad numérica que los cristianos tenían
ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo
al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus
ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas
desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de
Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy
de lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén
por su obsesión en enfrentarse al ejército de
Saladino y su falta de visión para la protección de
la ciudad y de sus habitantes.
Reinaldo de Châtillon era un bandido con título
de caballero que no se consideraba atado por las treguas
firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó
expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos
que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El
ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la
hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias
manos.
Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado,
junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó
a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio
de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados,
dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de
la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a
Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios
y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados.
Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo
las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del
mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con
la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes
debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron
esclavizados. El reino de Jerusalén había
desaparecido.
La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el
papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En
esta participaron reyes de los más importantes de la
cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de
Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de
Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado
III). Éste último, al mando del grupo más
poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que
sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el
emperador murió ahogado mientras se bañaba en el
río Salef (en la actual Turquía) y su
ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbaroja
durante su estadía en el Reino de Hungría le
había pedido al príncipe Géza, hermano del
rey Béla III de Hungría que se uniése a las
fuerzas cruzadas, así, un ejército de 2.000
soldados húngaros partió al lado de los
germánicos. Si bien luego de los conflictos bélicos
el rey húngaro habría llamado de regreso a sus
fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en
Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que
no tenía buenas relaciones con Béla III.
Los ejércitos inglés y francés llegaron
por la ruta marítima. Su primer (y único)
éxito fue la toma de Acre el 13 de julio de 1191, tras la
cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de
prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para
seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y
además le valió el nombre por el que sería
reconocido en la historia, Corazón de León.
Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en
su país y molesto por las rivalidades con Ricardo, por lo
que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la
cruzada. Este llegó hasta las proximidades de
Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar
una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado
de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de
Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no
arriesgar militarmente una derrota que no le daría a los
cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad
Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también
estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre
acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.
Saladino falleció seis meses después.
Ricardo murió en 1199 por una flecha a su regreso a
Europa. De esta forma, se cerraba la Tercera Cruzada con un nuevo
fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados
francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la
estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron
aún un siglo más.
Cuarta
Cruzada
Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de
Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa
paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron
en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199,
el Papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada
para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta
Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida
contra Egipto, considerado el punto más débil de
los estados musulmanes.
Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados
debían tomar la ruta marítima, por lo que se
concentraron en Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó
con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y
con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar
el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al
estar los tres interesados en la deposición del basileus
del momento, Alejo III Ángelo.
Inicialmente, los cruzados fueron empleados para luchar contra
los húngaros en Zara, por lo que fueron excomulgados por
el Papa. Desde allí se dirigieron hacia Bizancio, donde
consiguieron instalar a Alejo IV como basileus en 1203. Sin
embargo, el nuevo basileus no pudo cumplir las promesas hechas a
los cruzados, lo que originó toda clase de disturbios. Fue
depuesto por los propios bizantinos, que coronaron a Alejo V
Ducas. Esto provocó la intervención definitiva de
los cruzados, que conquistaron la ciudad el 12 de abril de 1204.
El saqueo de la ciudad fue terrible. Miles de cristianos
(incluyendo mujeres y niños) fueron asesinados por los
cruzados. Desvalijaron y destruyeron mansiones, palacios,
iglesias y la propia basílica de Santa Sofía.
Europa occidental recibió un aluvión de obras de
arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.
Con ello llegaba a su fin el Imperio Bizantino, que se
desmembró en una serie de Estados, algunos latinos y otros
griegos. De éstos, el llamado Imperio de Nicea
conseguiría restaurar una sombra del Imperio Bizantino en
1261.
Los cruzados establecieron el llamado Imperio Latino,
organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre
la mayoría de los territorios que supuestamente controlaba
(y nula sobre los Estados griegos de Nicea, Trebisonda y
Epiro).
La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los
Estados francos de Palestina. Por un lado, les privó de
refuerzos militares. Por otro, al crear un polo de
atracción en Constantinopla para los caballeros latinos,
produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra
Santa hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados
francos.
LAS CRUZADAS MENORES
Tras el fracaso de la cuarta, el espíritu cruzado se
había apagado casi por completo, pese al interés de
algunos papas y reyes por reavivarlo. Si los Estados francos
sobrevivieron hasta 1291 fue por la intervención de los
mongoles que ,al acabar con el califato Abbasí en 1258 y
conquistar la región de Oriente Medio, dieron un respiro a
los latinos, al no ser los mongoles hostiles al cristianismo.
La convicción de que los reiterados fracasos se
debían a la falta de inocencia de los cruzados,
llevó a la conclusión de que sólo los puros
podrían reconquistar Jerusalén. En 1212 un
predicador de 12 años organizó la llamada cruzada
de los niños, en la que miles de niños y
jóvenes recorrieron Francia y embarcaron en sus puertos
para ir a liberar Tierra Santa. Fueron capturados por capitanes
desaprensivos y vendidos como esclavos. Tan sólo algunos
consiguieron regresar al cabo de los años. El cuento era
popular en la Edad Media, pero la mayoría de los
historiadores creen que este cuento se exagera, o que es un
mito.
Quinta
Cruzada
La V Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y
partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III,
uniendóse al rey cruzado Andrés II de
Hungría, quien llevó hacia oriente el
ejército más grande en toda la Historia de las
Cruzadas. Como la IV Cruzada, tenía como objetivo
conquistar Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista
de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la
supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la
ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y
debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en
1221.
Sexta
Cruzada
La organización de la VI Cruzada fue un tanto
rocambolesca. El papa había ordenado al emperador Federico
II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El
emperador había asentido, pero había ido demorando
la partida, lo que le valió la excomunión.
Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias
sobre el trono de Jerusalén) partió en 1228 sin el
permiso papal. Sorprendentemente, el emperador consiguió
recuperar Jerusalén mediante un acuerdo
diplomático. Se autoproclamó rey de
Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y
Nazaret.
Séptima
Cruzada
En 1244 volvió a caer Jerusalén (esta vez
de forma definitiva), lo que movió al devoto rey Luis IX
de Francia (San Luis) a organizar una nueva cruzada, la
Séptima. Como en la V, se dirigió contra Damieta,
pero fue derrotado y hecho prisionero en Mansura (Egipto) con
todo su ejército.
Octava
Cruzada
Vuelto a Francia, el mismo rey emprendió la
llamada VIII Cruzada (1269) contra Túnez, aunque en
realidad era un peón en los intereses de su hermano Carlos
de Anjou rey de Nápoles, que quería evitar la
competencia de los mercaderes tunecinos. La peste acabó
con el rey Luis y gran parte de su ejército en
Túnez (1270).
Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas
cruzadas, ya no se organizaron más y, en 1291, los
cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro,
Sidón y Beirut tras la caída de San Juan de Acre. A
fin de cuentas, el único triunfo relevante de la
Cristiandad durante los dos siglos de más de ocho cruzadas
fue la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la
primera cruzada en el año 1099, la cual, a pesar de las
innumerables matanzas de sarracenos, judíos (hombres,
mujeres y niños), logró sostener la Ciudad Santa
por muchos años, y encontró los objetivos marcados
inicialmente por los defensores de la idea de reconquistar la
tierra llamada santa para los cristianos de Europa.
Guerras con la
calificación de Cruzada en territorio europeo
LA CRUZADA DE SEGISMUNDO DE
HUNGRÍA
Ésta cruzada es considerada la última de
magnitud paneuropeo que se libró contra el Imperio
otomano. En 1396 el rey Segismundo de Hungría
organizó una guerra cruzada para asediar a la ciudad
griega de Nicópolis, la cual se hallaba bajo control turco
otomano. De esta forma, los ejércitos del Príncipe
Mircea I de Valaquia y del Duque Juan I de Borgoña
avanzaron bajo la dirección del rey húngaro
Segismundo decididos a expulsar a los otomanos de los territorios
de los Balcanes.
La defensa de la ciudad resultó imposible de vencer, y
la falta de máquinas de asedio por parte de las fuerzas
aliadas concluyó en una severa derrota. La victoria turca
en el Asedio de Nicópolis puso en amenaza a las naciones
europeas, y consolidó el poder otomano en la frontera con
el Reino de Hungría.
LAS CRUZADAS BÁLTICAS
Fueron una serie de campañas emprendidas por los
líderes cristianos de Alemania, Dinamarca y Suecia, entre
los siglos XII y XVI, con el objetivo principal de subyugar y
convertir a los pueblos paganos de la cuenca del Báltico y
contra otros pueblos cristianos considerados igualmente infieles.
Uno de los actores principales de dichas campañas fue la
Orden Teutónica, que había sido previamente creada
en Palestina.
Las cruzadas en el Báltico responden a un movimiento
social desarrollado en el Imperio Alemán a mediados del
siglo XII. Este movimiento se conoce como Drang nach Osten.
CRUZADA CONTRA LOS ALBIGENSES
En 1209 el Papa Inocencio III proclamó la cruzada
albigense con el fin de eliminar la herejía de los
cátaros y erradicarlos del sur de Francia.
CRUZADAS EN LA RECONQUISTA
ESPAÑOLA
Algunos momentos del período final de la Reconquista
recibieron del Papa la calificación de cruzada, dada su
condición de enfrentamiento de reinos cristianos contra
reinos islámicos. No obstante, la motivación de la
búsqueda de tal denominación no era tanto el
interés por lograr la presencia de nobles europeos del
otro lado de los Pirineos (muy poco importante), como la de
obtener algún tipo de derechos fiscales para la
monarquía (sobre los ingresos del clero o como Bula de
Cruzada). Las ocasiones principales fueron la batalla de las
Navas de Tolosa (1212), en la que estuvieron presentes casi todos
los reyes cristianos peninsulares, y la Guerra de Granada
(1482-1492).
CRUZADA DE JUAN HUNYADI, REGENTE DE HUNGRÍA
El avance turco sobre el Reino de Hungría resultaba
inminente. El fracaso de los ejércitos cruzados del rey
Segismundo de Hungría en la Batalla de Nicópolis de
1396 y la derrota de los ejércitos húngaros en la
Batalla de Varna en 1444 en la cual murió el rey Vladislao
I de Hungría le dio fortaleza al Imperio otomano. De esta
forma, continuó su marcha en dirección hacia
Belgrado, ciudad serbia fronteriza con el reino húngaro en
1456. De inmediato, el regente húngaro Juan Hunyadi (quien
tras la muerte del monarca conducía el reino mientras el
príncipe heredero Ladislao el Póstumo
cumplía la mayoría de edad para ascender al trono)
respondiendo al llamado del Papa Calixto III y asistido por San
Juan Capistrano, organizaron un ejército cruzado
húngaro que hizo frente a los otomanos invasores. La
batalla concluyó con una total victoria para el regente
húngaro y la amenaza turca fue detenida por casi un siglo
más. Ante la victoria de Belgrado de los húngaros,
el Papa ordenó que las campanadas del mediodía en
las iglesias de todo el mundo sonasen en honor a tal
acontecimiento
Consecuencias de
las Cruzadas
Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de
la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos
esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron
importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187
y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III
Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San
Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral
cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además,
los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a
las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II
Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II
Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en
Tierra Santa, dónde los intereses de los diferentes grupos
dieron lugar a numerosos conflictos.
En el intento de reensamblar las cristiandades latina y
griega, no sólo falló la Cruzada, sino que
acentuó el odio y la diferencia entre ellas,
convirtiéndose en causa última de la ruptura
definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio
pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional,
pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las
provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco
dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos,
o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras
que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió
en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de
Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso de los
cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la
brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento
cultural bizantino.
Por último, y a pesar de los réditos
políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como
director de la política exterior europea, pronto se
encontró Roma con voces que criticaban su uso como
instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo
desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron
también contra los disidentes religiosos o los enemigos
políticos.
Conclusiones
Las cruzadas son movimientos
cristianos.La historiografía tradicional contabiliza
ocho cruzadas, aunque en realidad el número de
expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en
Palestina, para luego volver la vista al Norte de
África o servir a otros intereses, como la IV
Cruzada.La I cruzada (1095-1099) dirigida por
Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de
Tarento culminó con la conquista de Jerusalén
(1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la
formación de los estados latinos en Tierra Santa: el
reino de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia
(1098)y los condados de Edesa (1098) y Trípoli
(1199).La II Cruzada (1147-1149) predicada por San
Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y
dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III,
terminó con el fracasado asalto a Damasco
(1148).La III Cruzada (1189-1192) fue una
consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187)
por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de
Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de
Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo
tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de
Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre
(1191)La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por
Inocencio III ya contra Egipto, terminó
desviándose hacia el Imperio Bizantino por la
intervención de los venecianos, que la utilizaron en
su propio beneficio Tras la toma y saqueo de Constantinopla
(1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el
Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una
autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante
la reacción bizantina que constituyeron el llamado
Imperio de Nicea, al tiempo que Génova
sustituía a Venecia en el control del comercio
bizantino.La V (1217-1221) y la VII (1248-1254)
Cruzadas, dirigidas por Andrés II de
Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia,
respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de
Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos.La VIII cruzada (1271) también fue
iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez
concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad
sitiada.La VI Cruzada (1228-1229) fue la más
extraña de todas, dirigida por un soberano
excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos
objetivos sorprendentes para la época: el condominio
confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth
(1299), status que sin embargo duraría pocos
años.
Bibliografía
Autor:
Emerson Viloria Corcho
José Luis Ubarnes
Uribe
Dairo Buelvas
Profesor
Universidad de Córdoba
Facultad de Ciencias Humanas
Lic. en Educación Básica con
énfasis en Ciencias Sociales
2010
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